Una de las palabras más choteadas de nuestro calendario, una de las épocas más coptadas por el ideal consumista, una de las muestras más elocuentes de extirpación de sentido para la transgresión del valor. Una de las épocas más desprovistas de su origen o peor, malversadas. Hay que deconstruir. Uno de los términos que mejor indican lo caduco de un mundo repetitivo de ideales en el que todos seguimos más o menos de acuerdo a la vez que muchos inconformes. Más o menos inconformes. Este año a la navidad le han puesto «magia» sea como prefijo, adjetivo, o a veces subrayado. Se ve en los anuncios panorámicos, se ve en los comerciales de televisión. Influencia fílmica de historias afines? Si los filmes venden magia por qué no va a vender magia la televisión o la misma navidad? Me suena así, a magia.

 

Repetitivo de mercadotecnia con nieve, que en pocos lugares cae en México, repetitivo de imagenes kitsch por sus santacloses en sus templos comerciales iluminados con mil foquitos y plagados de precios, esferas e invitaciones ligeras de felicidad donde las multitudes acuden/acudimos; y sus pastorcillos de ornato en los templos religiosos donde mayorías silenciosas, muchas preocupadas por el mejor vestir del año o el platillo a presumir, se reúnen (no por ello dejan de ser los hijos de Dios, pero Dios anda queriendo jugar otro juego, a la vez más divertido y más serio) apresuradamente para completar la escala de rituales a los que estamos acostumbrados, mismos que pasan por los regalos, las posadas, las bebidas y la cena, y, que culminan en un sillón de alguna casa propia o de un tío contemplando la luz artificosa de un árbol que quién sabe de qué cultura procedió, y si lo sabe no interesa. De madrugada.

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No interesa de donde provino, en teoría todos lo saben, pero ha perdido su originalidad, y con ella su sentido. Mantiene si acaso un sentido social, que no llega muy lejos. Al final de los días de fiesta de esta época de diciembre y el «año nuevo» así como se retiran las escarchas, esferas y los árboles naturales se arrojan a la basura junto con las envolturas de regalos que hoy tienen precio en dinero y con la comida sobrante en muchos casos; así se retira también la escarcha de ilusiones, mensajes, deseos.

 

En cuántos casos sucede así? No en todos. Hay quien encuentra el sentido en lo familiar, en la reunión, en eso que se engloba con la palabra «amor, felicidad». No la niego, pero habría que cuestionarla un poco también, cuestionar porque no se derrama en términos más reales y menos ficticios durante los 365 días del año. Como cuestionar cómo es posible que nos hayamos concentrado al micromundo, bajo esa tendencia posmoderna de lo «por lo menos», «por lo menos en mi casa», «por lo menos en mi familia», «por lo menos hoy». Bajo esa tendencia posmoderna por lo menos en Navidad las guerras se suspenden.

 

Pero en ciertos casos sí se derrama eso llamado amor, llámenle como le llamen o mejor inventemos un nuevo nombre, pues es otra palabra tan choteada, con la cual ya se desprendieron más de tres prejuicios en cada lector… Si es que el amor se derrama no le es imprescindible la navidad, tampoco el consumo, tampoco promueve la conversión de bienes en basura, ni daña el medioambiente. En qué rincones se enaltece la navidad real?, la menos cursi y más efectiva, la que no necesita nombrarse, la que no puede ser domada por marcas de referescos, ropa o compañías de telefonía celular? Por ahí, por ahí seguramente. Hay que deconstruir.


Dios ha de nacer en muchos lados, en la persona de Jesús y en la persona de muchos otros nombres. Eso, desde la fe, para alguien católico, es cierto. Lamentablemente no se le ha de ver mucho entre tanto que se le cuelga a la navidad. No es que no esté, es que hay que desaparecer lo que hemos ficcionado tanto por tanto tiempo, antes con pura religión, ahora además con lo comercial y mercadológico. Creo que Dios ni siquiera es pretencioso al querer avisar que él es Dios, no. Le basta con que seamos más humanos, más personas, más nosotros mismos, más, como se dice en el lenguaje religioso, próximos. No es como nosotros, no le interesa avisar que a él le debemos tal o cual cosa, no pone etiqueta en sus regalos, sus regalos no son como los nuestros. No reclama lo que no hicimos en el año. Su tarjeta de presentación no es como una de las nuestras. No le han de agradar las imagenes coloridas y ficticias que hacemos de él o de los famosos reyes magos. Pero no lo ha de reprochar, se ha de reír.

 

Dios se ha de reír en navidad, viendo cómo nos comportamos, pero se ha de reír con paciencia y ha de buscar esos huequitos donde nosotros podemos verle y hacer presente eso que se llama navidad. En un estilo casi desconocido, inesperado, minoritario. Pasa de largo la parafernalia que hemos creado, incluso la entiende.

 

Es muy difícil sembrar otro estilo de navidad cuando un peso iconoclástico prima encima de nosotros. Tan difícil como generar otro estilo de concebir a Dios, como de modificar nuestro modus consumus y nuestro modus relacionatis. Si alguien cree que vale la pena cambiar algo de nuestro modus por qué no hacerlo. Hay que deconstruir.

 

Abogo por una navidad que no sea monopolio de templos. Que no provenga exclusivamente del discurso de un cura, que -es un hecho- en la gran mayoría de los casos (no en todos) es como el discurso de un político, o simplemente como un discurso digamos, es decir, que nadie quiere oír, porque nadie quiere oír discrusos, ni siquiera los que los oyen. Mejor, por una navidad de acciones.

Una navidad que no sea sólo para cristianos, pues el que nace es un tal Jesús. Una navidad que no admita una lectura única. Una navidad que nos lleve a pensar y repensar, que siga resonando en luces e inspiraciones durante el resto del año, bajo otras formas, bajo otros nombres. Una navidad que nos haga actuar, en especial frente a lo más claro de la imagen de la navidad, qué se le asemeja a la navidad, una criatura naciente, nueva, indefensa, vulnerable en un pobre lugar, pero no dando por dar, no promoviendo lástimas, no haciendo «caridad» al estilo teletón o al estilo limosna de semáforo, sino haciendo para transformar.

Abogo por una navidad en la que el cristiano (o católico o como sea), el que no lo sea, y el que se confunde al definirse o negarse como tal, pueda descubrir a Dios de un nuevo modo desde su propio estilo, y que Dios haga el resto de ver cómo teje nuestras concepciones de deidad.

Por una navidad en la que se puedan romper inercias relacionales en clave de bajarle al poco inteligente manejo de nuestras diferencias, a nuestra intolerancia y nuestras violencias. Si no podemos solucionar las del narco solucionemos nuestras discretas. Por una navidad en la que seamos más conscientes de la familia que formamos todos. Por una navidad que promueva algo distintivamente mejor, dejando aflorar desde lo interno nuestros más auténticos valores para proyectarlos a nuestro alrededor, desprendidamente de disquevalores fundados en plataformas pseudomorales, apartados de fórmulas de religiosidad estéril o anquilosada, distanciados de sermones, de novedades esotéricas y mezclas espirituales con sabor de chicle, intenso y listo a desaparecer en segundos. Apegados a la vida y a lo que sienta el corazón -que todos tenemos uno- reinventando la religión como relación, para quien así lo considere, pero no limitando a ella ni excluyendo a quien no se entienda desde ahí.

 

Con fe o sin fe, como se quiera entender, pero que la navidad sirva de buen pretexto que abone para expresar lo que más nos revela completos, no sé si felices, pues felicidad es otra palabrita choteada, más que cualquier canción de la radio. Completos y con sentido, pensantes y sintientes, abiertos y sensibles, con la única magia de hacernos humanos hermanos ya tenemos de sobra.